El canal 22 / Jorge Magariño

Por Jorge Magariño / El trío San Vicente deja salir sus afinados arpegios por las venas de una guaracha que le provoca a uno menear los pies casi sin querer, las palmas de la concurrencia y los eh! eh! eh! acompañan la pieza musical, y de pronto, al finalizar el movedero de cuerdas, la voz del primera voz del trío enuncia a todo pulmón ¡Sección 22 la única no hay dos!
Y sí, no se trata de una de las famosas pachangas juchitecas o resabio de alguna de las velas recién pasadas, no. Es la barricada cultural que padres, madres, niños, niñas y profesorado, organizan tarde a tarde aquí en la carretera, junto al Canal 33, escuálido corredero de aguas para regar las tierras labrantías de por estos rumbos.
Ya hizo la apertura -la ofrenda como quien dice- el párroco Pablo Andrés, oficiante del templo de Cheguigo. Pide que el gobierno abra el diálogo con el magisterio, estos deben ser tiempos de hermandad, dice. Los maestros no están en la calle, bajo las lonitas, por gusto, dice. Y la feligresía rebelde asiente y aplaude, todos a una, como decían las viejas cartas de relación.
Luego viene la música del trío, la del dueto Joel y Joel, artistas venidos de las lejanas tierras de la colonia Álvaro Obregón, fundada por mi general Charis, hombre bravo y peculiar como no hay dos.
Ahora escuchamos a una niña que trae en andas un poema-mensaje de apoyo a sus maestros. Les dice que no se doblen, que para eso está el pueblo atrás y a los lados, que ellos, la chiquillería, esperan el regreso de hombres y mujeres dignos a las aulas, no de mequetrefes pusilánimes que no se atreven a levantar el arma de su voz por miedo a su partido.
Y allá, detrás del público heterogéneo, caminan mitad cansadas, mitad orgullosas, personas solidarias cargando garrafones de agua, panes, manzanas del color de la esperanza, como los que lleva la niña Nuria, alumna de una su maestra que está allá apostada a las afueras del nuevo ieepo, de tan nuevo que no tiene más rostro que el del policía habilitado como director de asuntos educativos.
Camina también un par de señoras de mediana edad, de enaguas una de ellas, llevando felices un tambo de tamales para holgar la cena. Una familia lleva en ristre dos atados de infaltable totopo, y un grupo de niños casi muchachos parte plaza con su uniforme de taekwandoines levantando cartulinas con letras de apoyo, y recordatorios como aquél que dice: “Los hijos de los policías también son educados por la sección XXII”. Y no habrá quien lo dude, por supuesto.
Canal 22, barricada cultural, lucha festiva. Que la rebeldía tiene también apellido de enjundia y entusiasmo.
Mientras tanto, allá en la alguna lejana vez región más transparente, el sargento Nuño –el del coqueto relojito rojo- y el comandante ignaro de apellido Peña, afilan las armas, esperan el momento para golpear. Porque de diálogo, ni señas.

Callejón de los leones, sin número. Juchitán de mis quereres.

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