Pitu nisiaba, musica prehispanica de los pueblos zapotecas
JUCHITÁN 1 Jul (Istmopress) – El pitu nisiaba (Flauta Carrizal) , es una fusión musical típico y culturalmente conocido del pueblo zapoteca de Juchitán, en donde se mezclan sonidos obtenidos del caparazón de una tortuga tocado con cuernos de venado, flauta de carrizo, tambora de cuero de chivo y tarola.
El sonido de los cuatro instrumentos elaborados artesanalmente son peculiares y únicos, la armonía musical que desprende contagia a chicos y grandes, quienes de inmediato comienzan a mover los pies, la cadera y hasta todo el cuerpo.
No hay boda, festividad social y hasta en las campañas políticas que el pitu nisiaba deje de escucharse; el pueblo indígena de Juchitán y municipios aledaños los prefieren por la multiplicidad de temas musicales que se desprenden de un cuarteto de adultos, jóvenes o menores de edad, quienes sin emitir voces y únicamente sonidos logran alargar el esparcimiento.
Es considerado un género musical tradicional antiguo del pueblo zapoteca, no se sabe de la fecha de surgimiento, pero entre los abuelos que rebasan más de ochenta años aseguran que el pitu nisiaba fue un modo de componer música con instrumentos elaborados por manos de hombres zapotecas.
***LOS VINIGUENDA DE TAA PIÑA
Preguntar en Juchitán por una recomendación de alguna agrupación de Pitu Nisiaba de inmediato responden ¡Ahh está Ta Feli, Taa Piña, así le dicen al señor, él es maestro, enseña a muchos niños y también tiene su grupo!, puntualizó una primera voz, por cierto femenina.
¡Vive en la novena sección, cheguigo Sur, ahí lo encuentras! Exclamó otra voz, ¡Te vas a sorprender, fue mi maestro, cuando tenía nueve años!, vocifera, quién actualmente es uno de los mejores grafiteros y muralistas de Juchitán, el gran Gotha Chiquitraca.
Cheguigo Sur, es una de las secciones con mayor presencia de hablantes de la lengua indígena de Juchitán, hay infinidad de callejones, en algunos viven artesanos del barro, otros del bordado y también pescadores y totoperas; pero el Callejón Rodrigo Carrasco es peculiar, porque ahí vive Feliciano Luis López, Taa Piña, maestro y músico del pitu nisiaba.
Un enorme árbol de tamarindo es la sombra que cubre el hogar de Feliciano, en donde su esposa se dedica a la elaboración de tortillas de maíz, mientras que su hijo, quien también es músico, elabora hamacas y su nuera, quién no deja de mover las manos, es artesana de trajes típicos de Juchitán (enagua y huipil).
Los niños y niñas sentados en el piso de su casa o en troncos de árbol de coco y otros parados acompañan a su maestro durante dos horas diariamente, a todos les dota de instrumentos, los que prefieren flauta, otros caparazón, tarola y tambora, cada uno elige el de su gusto, lo importante es aprender.
Con 50 años de edad, pero 35 como músico, Feliciano adoptó este arte, con la influencia de su padre, quien heredó de su abuelo el gusto por la música tradicional.
En el hogar de Taa Piña, no se habla el castellano, todos desde su nieto de tres años hasta sus propios alumnos, quienes no rebasan los once años, se comunican en zapoteco; las reglas, las normas y los sonidos los van conociendo conforme la clase avanza.
El pitu nisiaba se caracteriza por los sonidos que emite, no se canta, son ritmos muy peculiares por cierto, porque los cuernos del venado al hacer contacto con el caparazón se desprenden un “tic tac” que hace un acompañamiento armónico único que al fusionarlo con la flauta emiten los sonidos agudos, complementados con el “bom bom”, sonidos graves de la tambora y la tarola.
Fue el padre de Feliciano, quién le enseñó a tocar los cuatro instrumentos elementales del pitu nisiaba (Caparazón de tortuga, flauta, tambora y tarola) pero no solo eso, también a elaborarlos artesanalmente y como buen zapoteca, su hijo Mariano Concepción Luis Gallegos ha aprendido y seguramente su nieto de apenas tres años de edad, será también su discípulo de la música.
Su rostro siempre sonriente, con sus facciones resaltadas, principalmente los pómulos como los auténticos zapotecos se entrelazan en su piel de color oscura, agarra fuerza, respira y comienza a tocar; Feliciano en un tono convencedor expresa que para el músico no es difícil aprender “no es mucha ciencia” dice pero algo cierto es que las personas nacen para ser músicos, lo serán, el don de escuchar todos lo tenemos pero pocos los interpretamos, por eso aseguró que “el que viene para aprender, aprenderá”.
Su enseñanza ha ido a más allá de su sección, en el año de 1970 junto con su papá fueron contratados por el escritor Zapoteca, Macario Matus para dar clases en la recién fundada Casa de la Cultura de Juchitán.
“Apenas un chamaco junto con mi padre, dimos clases en la Casa de la Cultura, de dos a tres horas al día, estuvimos un par de meses, muchos niños y niñas de la zona centro y de la primera y segunda sección aprendieron, posteriormente he enseñado a otros niños, creo que son más de cien y lo sigo haciendo, me gusta compartir lo que sé y que lo aprovechen, es mi modo de vida”, relató.
El costo de los instrumentos no es alto, pero hacerlos resulta laboriosos, en el caso del caparazón de Tortuga, se encarga previamente a los pescadores de la localidad de Santa María Xadani, quienes lo venden a 200 pesos y los cuernos de venado también, los de Ta Piña tienen más de treinta años.
Para la tambora, invierte de 800 a mil pesos, compra cuero de chivo, hilo natural y cera de abeja que se utiliza como pegamento y sus baquetas son de madera que él mismo elabora, mientras que la flauta que el tradicional es de carrizo, que extrae de la ribera del río tiene un costo de 50 pesos y la tarola es un plástico duro que compra alrededor de 300 a 500 pesos y lo entrelaza en cinchos de metal junto con alambre resistente.
Durante sus presentaciones, visten con camisa blanca, pantalón negro, huaraches de cuero y en el cuello un pañuelo rojo, pero nunca omiten el sombrero, es elemental siempre, otras veces también visten de manta blanca y en la cintura una cinta roja.
El Bere lele (Alcaraván), son del gugu huini (Tortolita) y la danza de la tortuga, son los tres temas más solicitados en sus eventos, sin excluir Teca Huini (Juchiteca pequeña) y la pachanga Juchiteca.
“Interpretamos también sones regionales, pero algunas veces nos preguntan si sabemos los temas modernos y les decimos que sí, para esto dos días antes de la presentación, adquiero un disco compacto con música moderna y a ensayar día y noche con la flauta hasta obtener el ritmo, con eso tenemos para complacer cinco horas a nuestros clientes”, detalló.
La agrupación Viniguenda de Taa Piña, la integra él y su hijo José Concepción, pero también dos menores de edad, Eduardo Manuel y Ángel Cecilio de 11 y 10 años respectivamente.
“Mi papá es músico por eso igual quiero llegar hace igual r, a los siete años Ta Feliciano nos enseñó, aprendimos muy rápido, ahora somos parte de su agrupación, vamos a todos lados, claro sin olvidar la escuela, nos gusta tocar estos instrumentos y que la gente aprecie nuestra música”, relató Ángel Cecilio.
Ambos menores, llegan al hogar de Feliciano y comienzan con los ensayos, cada uno elige su instrumento preferido y a tocar, los vecinos acostumbrados a los ensayos ahora ya no se enojan; mientras elaboran las tortillas, confeccionan hamacas y ropa típica mueven sus manos, sus pies o su cuerpo, en el otro extremo una fila de “mirones” niños y niñas aplauden al término de cada melodía, así transcurren las dos horas, posteriormente cada uno coloca en una caja sus instrumentos y se van de vuelta a su hogar, así son las tardes en casa de Feliciano.
El contrato musical del pitu nisiaba es de cinco horas, y cuesta entre mil 500 a 2000 pesos. Feliciano con su agrupación “Viniguenda” han recorrido municipios aledaños a Juchitán pero también han visitado el estado de Chiapas y Veracruz así como la capital oaxaqueña.