El Rompeolas que arrasa con un pueblo
Diana Manzo
Rodeada de cuerpos de agua como el mar, la Laguna Pato y otros humedales artificiales, además de contar con una exuberante vegetación en la que se pueden ver y escuchar calandrias, gorriones, loros, pájaros carpinteros, garzas y demás aves que inundan el paisaje, la colonia Cuauhtémoc va a desaparecer. Poco a poco, el mar ha devorado esta comunidad ikoots gracias al rompeolas construido en el puerto de Salina Cruz, que forma parte del megaproyecto del Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec (CIIT).
Aunque desde 1920 ya había asentamientos humanos en este lugar, llamado antes Laguna Pato, su fundación oficial como colonia Cuauhtémoc fue reconocida hasta 1960, tras una asamblea comunitaria que decidió llamarla así en memoria del último tlatoani mexica. Roberto Pinzón Undaz, de 93 años de edad y considerado natantiül cambaj (“el último mayor”) de la comunidad, narra cómo hoy los casi mil pobladores, entre mujeres, hombres e infantes, se resisten a ser desplazados por un rompeolas levantado con el objetivo de convertir a Salina Cruz en el puerto petrolero comercial más importante de la costa del Pacífico mexicano.
La discapacidad visual con la que vive Roberto desde hace cuatro años no impide la lucidez de su memoria. Habla de cómo era este lugar antes de que una de sus tres avenidas, la Cristóbal Colón, fuera consumida por el mar. “Ahorita estamos sufriendo porque la mar se acerca cada vez más, pero así no era antes”, dice.
El viejo ikoots recuerda: “Antes era todo tranquilo, podíamos pescar camarones, robalos y bagres en las lagunas, y hasta lagartos veíamos en las ramas de los madresales de la Laguna Pato. También había mudubinas, unas flores blancas y olorosas. Todo eso mirábamos. El mar estaba alejado, pero de repente cambió todo”.
Sentado en medio del patio de su casa de palma debajo de un árbol de cerezo, cuyas ramas lo protegen del sol, Roberto cuenta que antes al cerro La Ventosa, hoy Faro de Cortés, se podía llegar caminando en tan sólo 20 minutos, “y en ese lugar topaba el mar, es decir no avanzaba hacia la comunidad”.
El primer cambio que notó de su mar, la primera vez que vieron cómo avanzó y devoró las primeras casas, fue con la construcción de las escolleras de Salinas del Marqués en los años setenta. Pero el más reciente es de hace cuatro años, cuando comenzó a construirse el rompeolas ubicado a 40 kilómetros de esta comunidad, como parte del Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec (CIIT), uno de los proyectos emblemáticos del gobierno de Andrés Manuel López Obrador que su sucesora, Claudia Sheinbaum, se comprometió a terminar. Es así como el mar se ha acercado más y la devastación se ha acelerado.
“Acá todo era tranquilidad. Yo soy campesino, llegué muy pequeño y recorrí este lugar con mis padres. Ahora me dicen que la gente se ha movido a otro sitio por el mar que está avanzando rápido”, señala Roberto, quien vive con su esposa, hijas e hijos. Siendo “el último mayor” de la comunidad, representa para sus pobladores una enciclopedia viva, una forma de mantener presente las raíces de quienes fundaron el lugar del que ahora están siendo desplazados.
UN MAR QUE EXIGE RESPETO
Es medio día y el calor es intenso en este lugar. La temperatura marca 40 grados centígrados. A unos pasos de la iglesia principal vive Guadalupe Quintanar. A ella ya no le preocupa su futuro, sino el presente, porque el mar se ha extendido más de un kilómetro y teme que llegue a su casa y la devore, como ha ocurrido con unas 50 viviendas, una escuela y las lagunas de donde extraían pescado, camarón y jaiba para su sobrevivencia.
Vestida con su huipil de algodón y enagua semicircular que distingue a la mujer ikoots, doña Lupe, como la conocen en la comunidad, nunca ha visto ni conoce de cerca el rompeolas —una de las obras estrella junto con el tren interoceánico y los polos de bienestar del gobierno de Andrés Manuel López Obrador—, pero padece sus estragos.
“Siento que el mar se acerca cada vez más a nosotros, y claro que nos da temor, porque acá nacimos, acá crecimos, acá hemos hecho comunidad. Nos dicen que nos vayamos a otro sitio, pero no tenemos dinero para comprar un terreno, nosotros vivimos al día. Yo elaboro tortillas, soy ama de casa y me dedico a la crianza de mis hijos, entonces no es fácil reiniciar una nueva vida”, dice doña Lupe. Como ella hay otra mujeres que, además de trabajar en la casa, elaboran totopos de maíz, pastorean a sus borregos o recolectan leña durante gran parte de la mañana, mientras que los hombres van a la pesca y también son campesinos. Para ellas y ellos el mar es su todo.

“Nadie nos consultó ni tampoco nos informaron que viviríamos con el miedo de que nuestro pueblo se acabaría. De eso no hablan las autoridades, sólo hablan de lo bonito que según ellos son sus proyectos, pero nosotros como pueblo no nos beneficiamos de nada”, añade.
Doña Lupe, una mujer de piel canela y cabello oscuro, muestra los estragos que han hecho los fuertes oleajes y las marejadas. Camina y recuerda su etapa en la primaria, escuela a la que también ya la devoró el mar.
“‘El mar nunca quiere hacer daño’, nos decía mi abuelo Fernando, y esa sabiduría es la que yo tengo presente. El mar provee de alimento y materiales al pueblo ikoots, pero esta obra del rompeolas sí nos ha afectado porque la marejada sube, el oleaje es más fuerte y se lleva parte de nuestra historia. Esto afecta nuestra vida comunitaria, la vida de un pueblo”, señala.
Oficialmente, el objetivo del Programa para el Desarrollo del Istmo de Tehuantepec contenido en el Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024 es “impulsar el crecimiento de la economía regional con pleno respeto a la historia, la cultura y las tradiciones del Istmo oaxaqueño y veracruzano. Su eje será el Corredor Multimodal Interoceánico, que aprovechará la posición del Istmo para competir en los mercados mundiales de movilización de mercancías, a través del uso combinado de diversos medios de transporte”. La modernización del ferrocarril del Istmo de Tehuantepec y los puertos de Coatzacoalcos y Salina Cruz es sólo una parte del nuevo Corredor Interoceánico. Y el rompeolas, denuncian, puede “desaparecer” a una colonia ikoots.
NO ES LO QUE MERECEMOS
Con una pintura plasmada en un lienzo de tela, como si fuera un códice antiguo, Gabriel Pinzón Leyva, agente de policía comunitario, explica con detalle cómo el mar se ha tragado a su comunidad desplazando, hasta ahora, a unas 300 personas. Le pidió a su hermano Pinzón, artista visual de la comunidad, que le hiciera un dibujo para rememorar el año de 1970, cuando tenía ocho años, con la única intención de mostrar cómo ha desaparecido la vida comunitaria con la llegada del megaproyecto.
Pinzón explica que recrear los paisajes antiguos “donde todo era vida” es una forma de denunciar y decirles a las autoridades que obras como el rompeolas —inaugurado en febrero del 2024, con una longitud de mil 600 metros y una profundidad de 25 metros— “afecta la vida comunitaria de todo un pueblo en una franja de más de un kilómetro, y acaba con la vida económica, social y familiar”.
“A nosotros nadie nos consultó sobre los impactos sociales, ambientales y económicos de un rompeolas, ni del proyecto llamado Corredor Interoceánico. Ahora el mar nos quiere tragar porque esta obra removió la marea e hizo más oleaje para la comunidad, creando remolinos internos que van comiendo playa a su paso. Eso creemos que está pasando”, cuenta.
Frente a este mar del Pacífico donde las olas golpean fuerte, como si estuviera enojado, Gabriel recuerda que antes había manglares blancos y rojos en toda la orilla de la playa, así como una laguna donde la gente pescaba. El mar estaba quieto, se disfrutaba, no como ahora, un mar rebelde que se quiere comer todo a su paso.

Coincide con “el último mayor” en que el acelere de las olas comenzó con la construcción de las escolleras, pero, dice, creció doblemente con el rompeolas, cuyo proyecto de infraestructura marítima beneficia al Corredor Interoceánico. Se trata de que el puerto se convierta en una alternativa logística de talla mundial para la comunicación interoceánica.
Las estructuras del puerto están compuestas por millones de toneladas de roca en una longitud de mil 600 metros y una profundidad de 25 metros. Son datos que no necesariamente tiene la comunidad, pero que resiente sus efectos. “Cuando es mar de fondo nos inundamos en casi todo el pueblo y cuando es por tormentas también, porque se encharcan las colonias. Lo mismo pasa cuando desfogan la presa Benito Juárez, allá por Jalapa del Marqués, porque nos quedamos como patos en medio del agua”, explica Gabriel Pinzón, al tiempo que advierte que “por eso es urgente salir de acá, pero hacerlo ya con un espacio seguro para nuestras familias”. Aclara, sin embargo, que la reubicación no es la mejor opción, “porque no es lo que merecemos como comunidad”.
Pinzón explica que el estudio de uso de suelo ya se hizo. En el año 2023, indica, se tuvo la primera visita de personal del gobierno federal para realizar trabajo de reconocimiento sobre el avance del mar hacia la comunidad. Dos años después, en mayo del 2025, determinaron que la reubicación sería en el polígono 3, cerca del Cerro Paloma, pero “el tema sigue todavía en proceso”.
Quienes habitan en la colonia Cuauhtémoc no cuentan con servicio médico en la casa de salud, pues está vacía, sin médicos ni medicinas. En casos de urgencia tienen que trasladarse al puerto de Salina Cruz, a 20 minutos, y buscar una clínica privada o, en caso de ser derechohabientes, del IMSS (Instituto Mexicano del Seguro Social) o ISSSTE (Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado), lo que implica tomar un servicio de mototaxi y una camioneta de pasajeros, con una inversión de aproximadamente 200 pesos de transporte por persona más los gastos médicos.
En cuanto a la educación, la comunidad sólo cuenta con el nivel básico, razón por la que la mayoría de las y los jóvenes se trasladan a Salina Cruz para continuar sus estudios o se casan a muy corta edad. Las únicas dos avenidas que quedan y sus calles no están pavimentadas, y el único servicio básico con el que cuentan es el agua potable. Las decisiones de la comunidad se toman en asamblea, que es la máxima autoridad.
EN AQUELLAS LOMITAS ESTABA MI CASA
Para no olvidar su raíz, Arturo Navarrete camina sobre la playa. Él dejó la colonia Cuauhtémoc hace 20 años. Invadido por la nostalgia, con sus dedos dibuja en la arena el lugar en el que estaba su casa antes de que se la tragara el mar.
“El proyecto de la ampliación del rompeolas desvió la corriente del mar y agravó las mareas; así, el espacio de la playa se extendió tres kilómetros. Mire, en aquellas lomitas estaba mi casa, y ahora ya está todo lleno de agua”, añade.
Tampoco ya existen las casas de Domingo Mora y Genaro Blas, ni el canal de agua Timiti’u’d, como lo nombran en su lengua ikoots, que va a la cabecera municipal de San Mateo y que colinda con la laguna Quirio. Todo se fue con la marea.
En el reencuentro con su mar, Arturo admite que es imposible no añorar su infancia y juventud, y lamenta que sus amigas y amigos de infancia vivan también como él, desplazados. Entre lamentos y suspiros admite que, a pesar de todo, no pierde la esperanza. Hoy, dice, el mar está acelerado, “es un ser vivo sabio al que se le debe respeto, porque nos ha dado todo”.
Trabajo original de Desinformémonos
Liga:
https://antesdequeanochezca.desinformemonos.org/El-Otro-Rostro.html

