Inteligencia artificial, estupidez natural

Por: Saúl Sánchez López

Foto: redes sociales

En una reciente entrevista para la BBC, Chris Wright —secretario de energía de los EE. UU.— afirmó que el desarrollo de la inteligencia artificial (IA) conduciría más pronto que tarde a la tan ansiada fusión nuclear, lo que permitiría generar grandes cantidades de energía, posibilitando al fin la reducción de gases de efecto invernadero. Pero para ello, primero sería necesario explotar al máximo los combustibles fósiles que la propia IA requiere, recurriendo incluso al fracking y abandonando el uso de las energías renovables.

No cabe duda de que es la estupidez, no la inteligencia, el verdadero signo de nuestros tiempos. Aun así, la revista Time eligió como persona del año nada más y nada menos que a los “arquitectos” de la inteligencia artificial: Sam Altman (Open AI), Elon Musk (xAI), Mark Zuckerberg (Meta), Dario Amodei (Anthropic), Lisa Su (AMD), Fei-FeiLi (World Labs), Demis Hassabis (Deep Mind), Jensen Huang (Nvidia), entre otros. Señores de la tecnología que juntos poseen centros de datos, semiconductores, plataformas y chatbots, conformando un oligopolio vertical que nos conduce a lo que teóricos como Yanis Varoufakisdenominan tecnofeudalismo.​

A esto habría que agregar el peligro del desempleo masivo que ya se empieza a hacer sentir. Tan solo a finales de octubre, Amazon despidió a 14000 empleados como parte de su plan de recorte laboral, mientras invertía miles de millones de dólares en inteligencia artificial e incrementabasus ganancias hasta 38% el mismo trimestre. Mismo fenómeno que se ha venido observando en UPS, Intel, Ford, Meta, Microsoft y demás. El reemplazo de los trabajadores por la IA es tan real que ha renacido el movimiento ludita, así como el interés por las tesis de Keynes sobre el desempleo tecnológico.

En su artículo de fondo, Charlie Campbell, Andrew Chow y Billy Perrigo nos advierten sobre la contaminación exorbitante que generan los centros de datos de IA (millones de toneladas de dióxido de carbono), lo que no ha detenido su proliferación en Asia, Europa y Estados Unidos. De hecho, la administración Trump ha puesto en marcha una serie de políticas y proyectos encaminados, entre otras cosas, a su producción masiva, como el AI Action Plan y, sobre todo, el proyecto Stargate, una iniciativa público-privada a gran escala, que cuenta con una inversión de hasta 500 000 millones de dólares, diseñada para posicionar a EE. UU. a la vanguardia mediante la creación de una red nacional de centros de datos. Del mismo modo, la llamada Genesis Mission busca acelerar la investigación e innovación científica ubicando la IA en un marco de competencia estratégica con China, en una suerte de Guerra Fría 2.0. En este sentido, el lanzamiento público de Deep Seek a comienzos del 2025 significó un verdadero “momento Sputnik” en el imaginario geopolítico estadounidense. China está buscando la autarquía tecnológica y en ese objetivo la IA juega un factor clave, como lo ha dejado ver en su quinceavo plan quinquenal (iniciativa AI Plus).

Pero mucho me temo que el problema es aún más grave y profundo que la concentración económica, la disrupción laboral y la rivalidad entre potencias. Como especie, hemos evolucionado de una manera completamente asimétrica, de tal forma que hoy vivimos una contradicción entre nuestros logros y capacidades tecnocientíficas y los problemas estructurales que venimos arrastrando desde siempre: hambre, pobreza, subdesarrollo, desigualdad, discriminación, crimen, violencia, guerra… Podemos analizar perfiles genómicos para adaptar terapias a pacientes,pero seguimos matándonos unos a otros. Nuestros teléfonos inteligentes han alcanzado la omnipotencia, permitiéndonos hacer desde simples llamadas hasta invertir en la bolsa, pero seguimos usando un modelo político inspirado en unacivilización que tuvo su auge siglos antes de nuestra era. Hemos diseñado autos que se manejan solos, pero aún tenemos fe en una supuesta “mano invisible” para manejar la economía. En otras palabras, el desarrollo de nuestra razón instrumental ha terminado por eclipsar nuestro pensamiento social; léase sentido común.

Puede que sea un tópico manido, pero vale la pena traer a colación la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner: uno puede ser absolutamente brillante en un área y un completo idiota en otra. Y si no, que le pregunten a Elon Musk, quien prefiere concentrar sus esfuerzos en colonizar Marte antes que en salvar la Tierra. La humanidad del siglo XXI es como un sabio autista incapaz de resolver los desafíos de su vida cotidiana.

No hay interés por innovar en los problemas sociales, y cuando se intenta, estas soluciones siguen siendo de tipo tecnológico: videovigilancia, reconocimiento facial, nuevos fármacos, apps… sin atender los problemas de raíz. Por ejemplo, la muñeca Ami-chan está diseñada para hacercompañía a los adultos mayores y socializar con ellos,cuando lo que se requiere es integrarlos en la comunidad. Los japoneses llevan décadas buscando formas cada vez más sofisticadas de seguir deteriorando sus relaciones personales. Me pregunto si algún día se darán cuenta de que lo que necesitan son menos robots y más afecto.

Es preciso que abandonemos la premisa según la cual latecnología es la respuesta para todo. La paz en el mundo no se va a lograr con armas más potentes, necesitamos desarrollar las relaciones internacionales; la salud mental no va a mejorar con chatbots que fingen preocuparse por nosotros, sino resarciendo el tejido social y trabajando en nuestras relaciones humanas. De seguir así, pronto nos encontraremos viviendo una distopía que conjugue barbarie y tecnología de punta, de la que el genocidio en Gaza es solo el preámbulo. Hace falta inteligencia natural para abordar las cuestiones sociales porque en todas ellas hay una dimensión emocional, sensible, esencialmente humana, de la que la máquina carece por definición.

Cabe preguntarse si la IA es verdaderamente inteligente en el sentido pleno del término, aunque esta es una cuestión más bien académica. Baste decir que en todo caso habría que introducir una diferencia crucial entre ser inteligente y ser razonable o, todavía más, sabio. Puede que las máquinas sean inteligentes, muy inteligentes, pero difícilmente razonables, y mucho menos sabias. Sin mencionar que hoy en día abundan los casos de tecnología francamente estúpida.

Existen decenas de robots con forma humana diseñados para realizar —muchas veces mal— actividades cotidianas, mundanas o banales que como personas podemos hacer sin problema. Hay robots que sirven bebidas, que sacuden, que dibujan a mano, que boxean, que bailan… Recuerdo que hace algunos ayeres, Musk presentó un robot carísimo que necesitaba apoyo tan solo para mantenerse en pie y desplazarse, como si fuera un adulto centenario, y cuando se le preguntó cuál podría ser su uso, mencionó, por ejemplo, labores de jardinería (!). ¿En verdad necesitamos un costoso robot humanoide para cortar las plantas? Las máquinas de la revolución industrial tenían una forma deliberadamente no humana precisamente para superarnos en capacidad y eficiencia; para hacer cosas que, por nuestro cuerpo, no podemos hacer. La forma humana no es necesaria para llevar a cabo la mayoría de las actividades que requerimos, pero por algún motivo, los genios de la robótica están empeñados en hacer que los robots sean una copia bizarra de sus creadores.

Lo mismo puede decirse de otras aplicaciones de la inteligencia artificial. Se están usando para hacer lecturas de tarot, recomendar series, juzgar concursos de belleza, escribir libros de poesía, dar sermones en iglesias, crear videos de conejos saltando en un trampolín, y hasta generar pornografía a partir de fotos (deep fake porn). A veces pareciera que hay poca inteligencia humana detrás de la inteligencia artificial. Y no por la inversión de trabajo intelectual puesto en desarrollar la tecnología, que sin duda es inmensa, sino por el sentido que se le está dando, que es simplemente irracional; más recreativo que productivo.

Vale la pena preguntarse si la inteligencia artificial no se estará desarrollando a costa nuestra. No niego los avances que la IA está teniendo en la industria, la investigación médica, la ciencia de datos, las finanzas, el diseño, el marketing o incluso el arte (como la generación de música), pero hay áreas en las que claramente hay una correlación inversa entre la sofisticación de la inteligencia artificial y la involución de la inteligencia humana. El ejemplo más claro es la educación. Hoy en día, la mayoría de los estudiantes recurren a la inteligencia artificial generativa de lenguaje (chat GPT) para hacer trampa en sus tareas y trabajos. Hace poco me encontré en un grupo de Facebook una publicación de un joven que se jactaba de haber entrado a la universidad gracias al uso de IA en el examen de ingreso. Lo peor es que ahora también los profesores empiezan a usarla para ahorrarse tiempo al calificar. Llegará un punto en el que la inteligencia artificial hará tareas que serán evaluadas por otra inteligencia artificial, y ningún humano aprenderá nada en el proceso.

Como consecuencia de este uso inadecuado de la IA, las facultades intelectuales de la gente empiezan a verse mermadas: no solo la investigación, también el razonamiento, la concentración, la resolución de problemas, la lectoescritura, el pensamiento crítico, la creatividad, pero,sobre todo, la capacidad de pensar por uno mismo. Se está produciendo un fenómeno de transferencia de capacidades cognitivas hombre-máquina: la tecnología se hace cada vez más inteligente a medida que nosotros nos volvemos más estúpidos. Además de que en el proceso de potenciar la IA estamos comprometiendo nuestro ecosistema y, con ello, nuestra existencia misma. ¡El colmo de la estupidez!

El hecho de que la IA nos supere claramente en el cálculo racional —como quedó claro desde que Deep Blue venciera a Garry Kaspárov en 1997— no es razón para que claudiquemos en nuestro empeño mental bajo el supuesto de que la IA lo hará mejor. Yo mismo he puesto a prueba su“talento” para escribir y, si bien es cierto que a veces me sorprende su estilo, muchas otras es simplemente regular, cuando no mediocre. Se trata sin duda de una magnífica herramienta de apoyo, pero jamás le cedería mi rol de autor.Seguir cultivando nuestra mente, y no la de las máquinas, es la clave para el verdadero progreso humano. Solo así evitaremos que la inteligencia artificial devenga estupidez natural.

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