De otro planeta

La majestuosidad del huanacaxtle que duerme junto con la tarde, nos cobija día tras día, su sombra es refugio de todos; niños y maestros, ahí era la antesala y dirección del maestro que por sus años de serviciocumplidos dejóhace apenas unos meses el puesto.

Cerca de ahí se extiende una plancha de cemento que por la prisa de tenerla recién se fabricó, empezó a agrietarse, unos le echan la culpa al presupuesto que no se aplicó para toda la cancha y plaza; los niños todos los días se forman ahí con la vista al frente del único salón construido por las empresas filiales al IEEPO.

Un maestro delos seis que laboran en esta escuela los guía según su estado de ánimo, finge una voz militar y les dice: flanco derecho, flanco izquierdo, en sus marcas… entre otras órdenes. Chicos y grandes lo hacen al unísono, luego una maestra pasa a revisar uñas y cabello por si un piojo u otro bicho selepegó al niñoen la cama, una máslos cuenta uno a uno y lo anota en su libreta, después de media hora estamisma maestra va de salón en salón para constatar la asistencia.

No hay tiempo que perder, si por alguna razón, ella, la que cuenta y revisa no cumplió la semana entera se disculpa en la hora destinaalhomenaje ala bandera, esto es todoslos lunes tempranoaprimera hora, antes que cualquier cosa, la mayoría de los niños se forman llegando o una vez que dejan su mochila, unos se esconden y no se dejan ver hasta terminado los honores.

Una vida escolar que se gesta a diario y ofrece poca oportunidad para el asombro, siempre está atenta a la resistencia, a no sentir la necesidad de aprender de los niños, de sus anhelos, de sus sueños. Los libros son un objeto extraño  en sí mismo, uno más cercano y usado  a pie puntilla es el  de texto  escolar.

Estos libros ocupan un lugar preponderante, para el transcurrir de las clases. El maestro explica la clase, pone ejemplos  y luego los niños elaboran cuestionarios, los más grandes llegan a hacer hasta 30 preguntas. Cada uno busca una respuesta y entre los 13  acumulan un banco de preguntas y respuestas.  Los repasan y se los aprenden de memoria y un día el profesor les dice: “Les haré unas preguntas de Ciencias Naturales”. En seguida se escucha un revuelo de hojas mientras él les dicta 10 ó más preguntas y ellos, contestan en silencio.

Los otros libros y yo somos seres extraños, sacados de otro planeta, tan distantes ambos.El día que me presentépor primera vez en esta escuela lo hice de salón a salón,solo dije mi nombre y leí en voz alta, a propósito meacerqué a una mesa que una delas maestras  arrinconó y montó tres huacales forrados depapel fantasía, ahí era un lugar llamado rincón de lectura y me encuentroun montón delibros encimados y apunto de deshacerse “Les cayó la lluvia y se estropearon un poco” se acercó a decirme.

“Sí, se maltaronun poco” dije quizás irónico. Los niños rieron y me pare justo enfrente, les dije que les leería un libro para los que no oyen, pero escuchan, desconcertados volvierona reír, fue una obra escrita paralos sordos, y se difundió a través de obras de teatro, y ahora está entre los libros del rincón como: “El rey que no oía pero escuchaba”

Leísolo dos capítulos de los ocho que son. Quizá les intrigó mucho que se pasaron semanasenteras pidiéndome les continuara leyendo la fábula. Mientras me ocupaba de los otros pocos libros de la biblioteca.

Otro hueco que encontré fue justo leerles durante el homenaje. Les he presentado varios libros, una vez les leí“Guidxa” libro escrito por una paisana suya, ella recopila dela tradición oral una historia quecon la ayuda de un traductor dela ciudad de Juchitán, lo publica en zapoteco y español.

Ese mañana los invité que se acercarán alasombra que proyectaba el salón, porque la cuerda del micrófono llegaba solo hasta ahí. Esta idea de desplazarnos me gustó y me motivó parainvitarlos a pasarnos por entero bajo la sombra del huanacaxtle, así todos los lunes aprovecho el poco espacio quenosda el homenaje para leerles,estoy seguro que eso les agrada, después de leerles “Guidxa”, unas niñas me comentaron que ya fueron a visitar a la mamá de la autora, otradijoes mitía Liliana Aquino, la maestra porque es maestra ¿Verdad?

Después de esta ruptura, no he parado, cualquier oportunidad, así sea solo unos minutos a petición de los niños, en cuanto me ven asomarme a su salón, me piden en coro: “Cuento, cuento, léenos un cuento”.

Algunos más aventurados solicitan  llevarlos a sus casas prometen que lo regresaran, otros dicen que leo bien, que les agrada mucho, o quieren llevarse el que recién les he leído.

Pocos son los libros de la escuela que pueden leerse en voz alta, los otros están muy deteriorados por el paso del tiempo o por que no se supieron cuidar, otros son para consulta. Todo esta tan descampado que esa mañana noté que uno delos maestros leía con expresividad, muy motivado, hacia las voces de los personajes, y me quedé con un corazón en vuelco, sonrosado, sentía lumbre en mis mejías.

Todo esto fue tan pasajero que ni cuenta me di cuando escuchaba ya del mismo maestro que era hora de contestar las preguntas que les haría para ver si entendieron o no…

 

No recuerdo cuando alguien y con exactitud me comentó algo respecto a la actitud de los docentes que ahora se me vino a la cabeza. “Aque maestro, usted se mete en cada cosa, éstos ya están acostumbrados, es como topar pared, pero pared de piedra”.

Un comentario inesperado me reconfortó, era la mañana del jueves 12 de mayo, ella y yo sentados sobre la plancha enorme de cemento, apenas si nos llegaba la sombra refrescante del huanacaxtle. “Ese día que nos leyó me quería reír, pero no lo hice, pero cuando me acuerdo me rio mucho” me lo dice con una pausa ininterrumpida, “Usted es chistoso, bueno lee chistoso”.

Ese mismo día doce, antes de la salida nos reunimos para afinar nuestra participación rumbo al paro nacional indefinido, al terminar, el intendente, se me acercó “Maestro le prometo que vendré a regar las plantas, no dejaré que se mueran, ah y también me dijo Gustavo, el intendente de la Miguel Hidalgo, que han abierto la dirección que era de la escuela Zapata, pues puede ir por las cosas, ah y también hay libros”. No sé qué cara habré puesto querecalcó “¡Y muchos!” dijo sonriendo.

Víctor Fuentes

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