La milpa se está muriendo, tiene sed

#Juchitán 07 feb (#Istmopress) .- La milpa es el sistema agrícola tradicional que los campesinos zapotecas preservan para el cultivo de maíz, tomate, calabaza, melón y sandía en un mismo espacio dinámico de recursos genéticos, forma parte de la economía campesina que no sólo les da para comer sino también para vivir en familia; este modo de vida la han heredado y conservado a través de varias generaciones; y desde hace siete años las milpas en el Istmo de Tehuantepec han aprendido a sobrevivir ante el cambio climático, ya no llueve como antes y el agua de riego también se ha escaseado, la presa Benito Juárez y los pozos artesianos están casi secos, las milpas tienen sed y se están muriendo.

Jesús Toledo Pineda, Pedro Carrasco de la Cruz y Silviano Ruíz Vásquez, son tres de los campesinos zapotecas originarios de Juchitán que han aprendido a cosechar con escasa agua y vientos fuertes; su vida es el campo y allí piensan morir. Sus mañanas y sus tardes, al inicio de cada ciclo agrícola, las dedican a cuidar que los pájaros no se lleven sus semillas recién sembradas, luego, que los borregos y las plagas no se coman la milpa; y todo el tiempo pedirle a la naturaleza que se apiada de ellos.

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En esta zona oaxaqueña aproximadamente 25 mil personas se dedican al campo, de ellos cerca de dos mil son campesinos juchitecos, quienes se dedican a la siembra de la milpa, aunque cerca de 500 han migrado al monocultivo como el sorgo y ajonjolí. El sorgo ha sido seriamente afectado por el cambio climático con la aparición de la plaga del pulgón amarillo, en los tres últimos ciclos agrícolas.

Los tres campesinos coinciden que antes las lluvias eran abundantes e inclusive los cultivos se llegaban a “perder” por tanta agua, contrario a lo que actualmente ocurre que si no rezan “un padre nuestro” el cielo no envía rociadas de agua, porque lluvias intensas se han escaseado.

En esta zona de Oaxaca, los agricultores siembran bajo tres condiciones: temporal, humedad y riego; antes hacían tres cosechas al año, sin embargo, la falta de lluvia ha ocasionado que los mantos acuiferos se sequen y ahora sólo obtienen dos, en ocasiones una y a veces ninguna, de las cuales su producción ha disminuido cerca de un 30 por ciento, aunado a que los pozos artesianos de donde obtenían agua para sus animales de trabajo también se han secado en un 50 por ciento. El agua se está agotando cada vez más.

“Para sembrar y arrimarle tierra a las plantas utilizamos el método tradicional de la yunta de bueyes y el arado, paso a paso caminamos sobre la tierra y colocamos la semilla, tenemos que invertir entre 8 a 9 mil pesos por hectárea; en ocasiones contratamos maquinaria, pero sólo para la preparación del terreno. Con la agricultura no tenemos ganancias, todo lo hacemos porque no hay de otra, no tenemos otra opción, nacimos y crecimos en el campo y aquí morirenos”, expresó Silviano Ruiz Vásquez.

Jesús Toledo Pineda, otro de los campesinos que aprendió a sembrar desde los 12 años, lleva 54 años de caminar en medio de los surcos de maíz y de esperar cosechas; sin conocer mucho del tema del cambio climático reconoce que su experiencia le ha permitido adaptarse a los malos tiempos, a la falta de agua y al viento fuerte o exceso de calor y así ha sembrado.

“El año pasado, en el 2016 no hubo lluvia intensa, cada vez la lluvia se olvida de caer por estos lugares, lo que hacemos es esperar cuando cae la primera y de inmediato preparamos la tierra, así le hicimos, fueron golpes de suerte esas rociadas del temporal pasado, por fortuna logré mi cosecha y voy por la segunda, pero ahora de humedad”, señaló.

Pedro Carrasco de la Cruz de igual forma aceptó que adaptarse al cambio climático no ha sido fácil, antes llovía, sembraba y había buena cosecha; ahora no, la tierra la preparan desde antes y en cuanto la lluvia aparece de inmediato se ponen a sembrar.

Los tres campesinos confiesan que en el proceso de adaptación al cambio climático le han apostado a la agricultura sustentble con el uso de abono orgánico a través de estiércol y residuos naturales, aunque Pedro acepta que tiene que ponerles a los cultivos abono químico para que las mazorcas se llenen, si no fuera así los campos estarían sin cosechas.

Recuerdan que sus padres, de quienes heredaron este arte no utilizaron ningun tipo de abono, todo era natural, la tierra era fértil porque siempre estaba húmeda; en los canales del Distrito de riego 019 de la CONAGUA el agua abundaba, ahora la presa Benito Juárez está en un 16 por ciento de su capacidad y en las partes bajas el agua no llega, además de que los canales de riego tienen muchas filtraciones y azolves por lo que el agua se pierde en el trayecto y simplemente no llega.

*Proyecto alternativo “Xhuba Huiini”
Dentro del proceso de adaptación, los campesinos han tenido que buscar otras opciones, el de mejorar genéticamente el maíz zapalote chico, una de las razas prehistóricas de maíz nativo, para hacerlo más resistente al cambio climático desde un punto de vista orgánico.

El impulsor de esta iniciativa es el profesor Tomás Chiñas Santiago gestor social y presidente de la organización social Tona Taati’, quien junto con los campesinos integran el grupo de trabajo “Xhuba Binii”, promoviendo desde hace dos años la defensa de la soberanía alimentaria a través de la producción de semilla mejorada de maíz zapalote chico, desechando la entrada de todo tipo de cultivos transgénicos.

Este proyecto es financiado con recursos del Programa para el Mejoramiento de la Producción y la Productividad Indígena de la CDI, a través del CCDI de Santiago Laollaga, y cuenta con la asesoría técnica de José Manuel Cabrera Toledo, investigador del Instituto Tecnológico de Comitancillo.

El proyecto consta de tres etapas, la primera se realizó en el 2015, en donde se sembraron diez hectáreas y los campesinos que decidieron entrarle al proyecto pudieron conocer nuevas técnicas agronómicas, sin perder la esencia de la siembra tradicional a través del arado tradicional y la yunta.

Con las semillas producidas por el grupo de trabajo en la primera etapa, otros campesinos juchitecos sembraron 200 hectáreas de maíz zapalote chico en el 2016 con muy buenos resultados. En la segunda etapa del proyecto, se han sembrado 20 hectáreas, 10 en el ciclo agrícola primavera verano y 10 en el ciclo agrícola otoño invierno. Y en la tercera etapa, proyectada para este año (2017), se busca consolidar estos trabajos para asegurar la conservación, uso y aprovechamiento de este importante grano por los campesinos de la región del Istmo de Tehuantepec.

Tomás Chiñas Santiago impulsor del proyecto refirió que este proceso de adaptación no ha sido fácil, pero está funcionando, porque a pesar de los fuertes vientos y la lluvia escasa la semilla que se obtiene es resistente y se alcanza a producir en promedio 2.5 toneladas por hectárea de granos de muy buena calidad, cuando en otras circunstancias y, bajo condiciones de temporal, el rendimiento promedio no llega a una tonelada por hectárea.

“En función de la soberanía alimentaria, decidimos rescatar esta raza de maíz porque que sin él no hay vida, es un alimento de nuestros antepasados; nuestro origen se deriva de esta semilla, forma parte de la cultura zapoteca. Esta raza de maíz tiene varias características genéticas ventajosas, que la califican como insustituible para la región, es de bajo porte y resiste a los fuertes vientos y a las plagas; es el único maíz que le da la textura y sabor característicos al singular totopo del Istmo de Tehuantepec, tortilla deshidratada y crujiente horneada en comixcal (olla de barro sin fondo ni tapa), que forma parte de la dieta de nuestros pueblos; además, por su suavidad, todos los alimentos derivados del maíz zapalote chico, son bien aceptados por los consumidores regionales. Lo más importante de este proceso es que los campesinos se empoderaron del proyecto y los resultados los tenemos a la vista; y a pesar de la escasez de agua y el viento fuerte, el cultivo está firme”, detalló.

Por otro lado, el monocultivo ha sido también una práctica en esta zona oaxaqueña, los campesinos como Silviano, Pedro y Jesús no le apuestan a esta forma, ellos prefieren sus milpas, no ambicionan ser ricos, pero sí vivir en armonía con la naturaleza.

“No hay mejor siembra que la que se hace para consumo propio, en nuestros ranchos tenemos vida, no ambicionamos ser ricos, pero sí comer sanamente; el cambio climático cada vez es más notorio, la adaptación se hace porque no hay de otra”, refirieron.

En el Istmo de Tehuantepec, la práctica de la agricultura industrial no ha funcionado y ellos lo saben. El gobierno mexicano desde hace más de 40 años comenzó apostarle al arroz, al no ver resultado impulsó la producción de la caña de azúcar, que también fracasó; y ahora el sorgo que va en esa misma dirección. Sin embargo, aunque haya sido históricamente marginado por las políticas públicas, el maíz, con la milpa, se resisten a morir.

 

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