Cirio para Rogelio Naranjo/ Jorge Magariño

 

En la mañana del primer día de septiembre de mil novecientos ochenta y ocho, mientras se ajustaba la banda presidencial para asistir a la Cámara de Diputados y leer ahí su último informe de gobierno, Miguel de la Madrid recibió de manos de un ujier un ejemplar de la revista Proceso de reciente publicación, era jueves.

Cuando el mandatario de gris ejercicio vio la primera página, su rostro viró del pálido color habitual hacia un rojo rabioso. Apretó la revista en sus manos y la azotó en el suelo. Acto seguido, le dijo su ayudante:

-¡Comunícame con Julio Scherer!

-¿Señor? –le dijo el interpelado y lo miró con extrañeza.

-¡Que me comuniques con Scherer!

El ujier marcó rápidamente el número requerido, preguntó por el director de Proceso y los puso al habla.

-¡Julio! Lanzó el gritó el hombre del mechón blanco en la frente, a modo de abrupto saludo.

-Dígame, Presidente –respondió con toda la calma que le cabía en el cuerpo el referido.

-¡Qué es esto!

-El cuál, Presidente –volvió con su temperanza el director, adivinando la razón de la llamada.

-¡Esto que publicas en la primera página, el cartón de Naranjo!

Scherer guardó un prudente silencio conciliador.

A continuación, De la Madrid soltó una retahíla de improperios, amenazas relacionadas con suspender publicidad oficial en las páginas del semanario y otras lindezas.

-Qué podemos hacer, Presidente –siguió con su tono Scherer.

-¡Quiero que lo corras, ya! –exigió el furibundo mandatario.

-No lo puedo hacer.

-¡Te lo estoy exigiendo!

-No puedo. Rogelio es parte importante de Proceso, Presidente.

Y comenzó un estira y afloja, un intercambio de pareceres, cada uno desde su tono inicial, hasta que llegaron a un acuerdo: el cartón de Naranjo dejaría de aparecer en la primera página y se colocaría, a partir de la siguiente edición, en página lejana.

 

Esto cuenta el caricaturista, mientras saborea feliz, sonriente, una pechuga de armadillo en su jugo y una cola de iguana en salsa de tomate, en una casa de Juchitán, hacia mil novecientos noventa y cuatro, un día después de haber inaugurado su exposición.

Un año más tarde, le llamé para pedirle un enorme favor. Las elecciones estaban a la vuelta de la esquina, y el Pri quería recuperar el palacio, luego de que la Cocei estuviera cumpliendo dos periodos seguidos ahí arriba. Le conté que el candidato priísta y su equipo andaban como locos repartiendo dinero para asegurar el voto.

Le relaté un pasaje de campaña: La garnacha Matus, que era el aspirante tricolor, parado en un templete, en la novena sección juchiteca, al otro lado del río, arengaba a la concurrencia femenina asegurándoles que la Cocei había ganado las contiendas anteriores porque sus mujeres parían con singular alegría, y les llamó, “así pues, hermanas, pónganse a parir para que les podamos ganar”.

A media carcajada el artista de filosa tinta  alcanzó a decirme que sí, que haría el esfuerzo de dibujar algo que nos ayudara. Y así fue.

 

Hoy, el rápido vuelo de la noticia electrónica anunció que Rogelio Naranjo partió. En ese momento alcancé a responderle a Lourdes Almeida, quien compartió los aires negros de esa muerte: “Adiós, Naranjo! Crítico demoledor, honesto… Desde allá arriba seguirá atento a los aconteceres de nuestro maltrecho país, sin duda. Cuidado con el uso de esas llaves, san Pedro, ya te vigila Naranjo…”

 

Santa María Xadani, noviembre de difuntos, 2016.

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